Finalmente vimos a un Donald Trump preocupado. No es que nos alegremos de ello, pero no deja de ser reconfortante ver que al presidente de la nación más poderosa del planeta asumir su rol con seriedad. Algo muy grave debieron decirle al señor Trump sus epidemiólogos, para demudar su rostro y empezar a tomar decisiones radicales, que acertadas o no, dieron un giro al tratamiento de la amenaza. En México, para no variar, nos atenemos a las estampitas milagrosas. La contradicción que no abandona al mexicano, como asertiva y profusamente comenta Octavio Paz en “Las trampas de la Fe”, sale a relucir, esta vez, nada menos que en la persona del primer mandatario de la nación. El presidente de la república una vez más haciéndoles la chamba a los prelados religiosos, tratándonos como súbditos del siglo XVI, precisamente, en la víspera de la celebración del natalicio de Benito Juárez. La contradicción salta a la luz: por un lado somos muy liberales; por el otro muy religiosos; en los hechos: muy ignorantes. Lo peor de todo es que este recurso ya se había utilizado para ganar la elección. El presidente asume su rol de eterno candidato, para ganar su batalla mediática mañanera, en vez de asumir su rol de jefe de Estado con seriedad. Si don Benito Juárez viviera, se volvería a morir.
Más allá de los discursos y las invocaciones religiosas con estampitas en mano, lo que vemos en la prensa, es la falta de un adecuado equipamiento en las instalaciones hospitalarias más importantes del país; no sólo falta de equipamiento en general, ¡sino falta de jabón! La pésima costumbre de los mexicanos de no proveernos de jabón y algún medio para secarnos las manos, hoy resulta ser de importancia capital para sobrevivir a la crisis. Los malos hábitos nos cobran la factura ¿Cómo se puede explicar que en la Biblioteca Central de la UNAM se carezca de jabón y papel sanitario?, ¿el señor rector lo sabrá?, ¿Cómo se puede creer que el gobierno de la llamada 4-T no sea capaz de tener unos sanitarios decentes, por ejemplo, en un recinto bibliotecario como el de la Biblioteca México de la Ciudadela, sin inmutarse? Pero más allá de la falta de agua y jabón en estos importantes recintos, lo que salta a la luz es la insuficiencia de los servicios de salud en todo el país. En Tabasco, por ejemplo, uno de los Estados de los que más riqueza se ha extraído del subsuelo, colocaron una bonita carpa de vinil para recibir a los potenciales infectados.
La incongruencia del presidente fue captada por la prensa internacional; mientras su vocero del sector salud recomendaba no estrechar la mano, el presidente se lucía besando en público a una niña. Eso es amor al pueblo. Por si esto fuera poco, el sarampión repunta en la capital del país. En Tlaxcala la vacuna no está disponible en el Instituto Mexicano del Seguro Social; si usted pregunta por algún teléfono para saber si ya llegó, le dirán que ese servicio no existe. Mientras tanto, los diputados y senadores discuten si deben o no ir a trabajar. Ese es el escenario nacional. El covid-19 nos agarró con los dedos en la puerta. En el terreno económico no estamos mejor. La irresponsabilidad del candidato ganador, de no saber a unos días de tomar posesión, si conservaría o no el aeropuerto de Texcoco, fue el preludio de lo que hoy tenemos: la perspectiva de decrecer en un cuatro por ciento del PIB.
Irónicamente, los adultos mayores a quienes el gobierno ha procurado ayudar, son los más vulnerables a la pandemia. Lo bueno, es que el crecimiento económico no importa; pero la salud sí, y la comida, que se encarecen día con día, también.
Pero nuestro descuido no es una novedad; a más de un año del gobierno de la esperanza, de la 4-T, seguimos viendo madres indígenas con sus niños mendicantes en las esquinas de las grandes ciudades. En este gobierno, hasta ahora, nadie los ha ido a levantar. El fenómeno se replica hasta la capital de la república, en donde la gente de las zonas residenciales ve el fenómeno con extrañeza, tal vez poco o nada puede hacer ¿Qué no le tocaría al gobierno de la llamada 4-T hacer algo por toda esa gente?
En la ciudad de Puebla se mira con azoro lo contaminado que atraviesa la ciudad el río Atoyac, fuente de inconmensurable contaminación, ¿y de infección?, por el hedor así se percibe, ¿no será tiempo ya de pensar en entubar las aguas negras que lo componen, en lugar de estar engañando a la gente diciéndole que lo vamos a volver a ver límpido y con peces?
El comercio callejero de alimentos tampoco ayuda a la salud pública; la tolerancia a la informalidad económica que crece día con día en las calles de las ciudades tampoco contribuye a las arcas de la nación.
En vez de buenas noticias, escuchamos de más decesos en Italia, más infectados en los Estados Unidos, y mientras Los Ángeles, Nueva York, España y Francia se aíslan, nuestro primer mandatario sigue convocando gente para apiñarla y saludarla de mano, enviando señales contradictorias. Los mexicanos, en medio de la confusión, no tenemos más que esperar a que pase de una vez por todas, lo peor.